jueves, 5 de junio de 2014

RECORDANDO MÁS Y MÁS

(Anecdotario)

Angelina Díaz Pamplona Vda. de Valverde (+)

Ahora es el turno de tío Chayo. Este hombre raza negra nació por el rumbo de San Nicolás; en mis recuerdos aparece su figura regordeta, su piel muy morena y su pelo chino, pero ya completamente blanco. Además le gustaba dejarse las barbas, por lo que en nuestro pueblo de gente tan ocurrente se hizo muy popular la frase de ‘’barbitas de tío Chayo’’.
Este señor llegó a Ometepec por los años veinte, cuando ya era un hombre mayor, medio panzón y vestía la ropa que la gente le regalaba, aunque el se daba paquete de ‘’gran señor’’ caminando muy derecho, y la curva de su panza le ayudaba a verse más erguido e imponente. Nunca pedía la limosna directamente, pero se la ganaba echando versos, chistes, o flores a las muchachas que pasaban cerca de él. Una de las fracesitas que más acostumbraba decir cuando veía algún grupito de muchachas bonitas que pasaban cerca de él, era ‘’Hum, ¡hombre! Aquí huele a pan’’. Si esto lo escuchaba algún comerciante dentro de su tienda, se reía de la ocurrencia y llamaba a tío Chayo para darle algunas monedas y si había pan se ganaba su buena pieza.
Tía Ramona ‘’la loca’’ era una pobre mujer que padecía un desequilibrio en sus facultades mentales y salía por las calles del pueblo, caminando sin rumbo. Era alta y esbelta como la mayoría de las mujeres de raza negra, se notaba que en su juventud , había tenido muy buen cuerpo, aunque ya mayor tenía muy mal aspecto, ya que los vestidos que las personas le obsequiaban le quedaban muy cortos, pero a ella esto no le importaba y salía caminando sin voltear a ver a nadie. Le gustaba ponerse un pedazo de rebozo en la cabeza, el que sostenía con una jícara volteada que siempre se colocaba encima y esta servía también para que ahí pusiera los alimentos que alguien le obsequiara.
Cuando la pobre mujer se acercaba a la pila del zócalo para tomar agua, se agachaba a beber dejando al descubierto sus ya flácidas piernas y las nalgas, Los chamacos le gritaban majadería y media hasta lograr que tía Ramona se enojara y de manera incoherente les contestara, tomando piedras para intentar golpear a quienes la insultaban, cosa que nunca logró, pues los muchachos salían huyendo y escapaban de ella, lo que aumentaba la furia de tía Ramona.
De esta mujer se decía que por las noches usaba la pila del agua para bañarse, o mojarse más bien, porque no usaba ni jabón ni nada. Hasta los años cuarenta, se seguía oyendo mencionar a esta señora y cuando se trataba de ofender o insultar a alguien, se le gritaba en un tonito muy propio del rumbo ‘’Ramona, Ramona…¡locaaaa---locaaa! .
Rentería fue otro popularísimo personaje por esos mismos años. Sabíamos que se apellidaba Marín, aunque ignorábamos su nombre, pero en el pueblo todos lo llamamos siempre ‘’Rentería’’. Era un negrito muy flaco y huesudo, que tenía un brazo y la mano completamente torcidas hacia atrás. Posiblemente había padecido una trombosis o algo por el estilo, que lo dejó imposibilitado del brazo derecho y de los dedos de esa mano, qué. Deformes, se movían de forma grotesca; por
lo que él con la otra mano, trataba de esconderlos jalándolos hacia atrás. A este hombre les gustaban las tiendas donde se vendía licor por copas. Entraba en alguna de ellas e iniciaba una plática, a sabiendas que a la gente le gustaba escucharlo cuando pasaba la lista de cuantos hermanos habían sido en su familia. De manera muy chistosa, hacía la relación de los quince que fueron y con una entonación característica del negro bembón, decía ‘’ Primero vino Fan, di’ay llegó Jelipe, le siguió Tiburcia, y luego vino Burrumea. Di’ay vino Najtacioy luego Nicandro, Bartolo y Decorosa; di’áy vine y, me siguió Pajcual y luego Tomasa; dejpuej Norberta, le siguió Pánjuila, Juidel, y el chocoyotito que se murió; con ese acompletamos los quince’’.
-¿Y viven todos? - se le preguntaba.
-De viví, han de viví…como cada quen garró su camino, sepa Dio donde anden losj demaj. Yo me vine pa’cá y no he ido pa’l pueblo. Mi tata y mi máma ya juallecieron ¿qué le bujco pa’llá?.
Esas eran las pláticas que Rentería tenía siempre con quienes le invitaban una copita de aguardiente de ruda o ajenjo, aunque cuando las escupitinas que acostumbraba echar por un lado de la boca iban en aumento, y el tabaco que mordisqueaba casi se desbarataba entre sus dientes, era preferible que fuera a conversar a otro lugar.
Pese a todo, cuando pasaban días y no veíamos a Rentería, nos preocupábamos que le hubiera pasado algo. Debo aclarar que nunca le gustó que le llamáramos Rentería y cuando alguien le llamaba así, se encorajinaba tanto qué, temblando de rabia, sólo mascullaba entre dientes ‘’No te hago caso hijo de la chingada, no te hago caso’’.

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