lunes, 19 de mayo de 2014

RECORDANDO MÁS Y MÁS


Angelina Díaz Pamplona Vda. De Valverde

Caminando hacia arriba se llegaba al antiguo atrio lleno de palmeras y platanares y en el centro del mismo se podía apreciar la vieja iglesia, cuya puerta principal veía al poniente. Por el atrio podíamos cruzar, cuando se venía del centro hacia este barrio y esto me hace recordar a otro personaje muy simpático y muy ocurrente, me refiero a Jesús Acosta, reconocido albañil, que en sus días de descanso gustaba echarse sus tragos y se convertía entonces en una persona agradable y dicharachera. Cierta vez, un grupo de jóvenes que había llegado de fuera, nos pidió a un grupo de jóvenes ometepequenses que los acompañáramos a recorrer la población, llegamos hasta al atrio para contemplar y admirar el paisaje, cuando pasó Chuche Acosta quien mirando a los forasteros exclamó ‘’ Estas palmeras que nunca han visto, son las melenas de Jesucristo’’, provocando la risa de todos.
Saliendo del atrio, internándose más en este barrio, se encuentra la casa del músico más popular y conocido de Ometepec, don David Bracamontes, quien ha sido y sigue siendo toda una institución musical.
A David Bracamontes lo recuerdo desde los años treinta, alternando con mi tío Miguel Guillén, Teco Zamora, Chato Zamora y otros nombres que no recuerdo, aunque esa orquesta que primero se llamó ‘’Renacimiento’’ dejó de tocar por un buen tiempo porque muchos de sus componentes salieron de Ometepec, emigrando al puerto de Acapulco, ocasionando con ello un deterioro grande para la orquesta que ya para entonces llevaba el nombre de ‘’Danzonera Costeña’’. Y fue hasta el año 1947 cuando se reorganizó, bajo la dirección de mi hermano Pepe Díaz Pamplona, quien por esos años regresó a radicar al terruño y la primera presentación la hicieron para el retorno de orquesta fue el 25 de julio de 1947, en un día de Santiago Apóstol, en Talapa. Y desde entonces, David, sus hijos y toda la dinastía Bracamontes, son los amos de la música en el bello nido.
Por ese rumbo se encuentra el Centro de Salud, un lugar que ha servido de mucho a toda la población, pero en décadas anteriores como en 1930, era un lugar de ruinas lo que ahí se encontraba y se dice que en ese sitio se pretendió edificar un colegio de monjas, para lo cual muchas persona habían aportado fuertes cantidades de dinero, entre ellas mi abuela Josefa Guillén Vda. De Pamplona, quien consciente de que las monjas que ya radicaban en Ometepec necesitaban un lugar adecuado, tanto para impartir clases como para vivir, sin embargo nunca supe por qué es que no se concluyó dicha obra. Lo cierto es que los paisanos de esa época recordamos perfectamente los abandonados muros ennegrecidos, y así estuvieron por mucho tiempo, hasta que el gobierno federal tomó la sabia decisión de edificar en ese predio el centro de salud. Y hoy el colegio de monjas, que siempre ha sido fuente de aprendizaje para miles de niños y niñas, se encuentra también en el Barrio de la Iglesia, a un costado de donde ahora está está situada la Escuela Primaria Federal Vicente Guerrero.
Muchas de las casas de este barrio eran muy modestas, algunas de ellas al estilo africano, es decir, eran chozas redondas de zacate, y en una de ellas vivía una anciana que tenía una historial simpático, en verdad. Su nombre era Celsa y como todos en el pueblo ignorábamos su apellido, le llamábamos ‘’Tía Celsa’’. Por los años treinta y cuarenta, ya era una anciana como de setenta y tantos años; era alta. Pelo ligeramente ‘’cuculuste’’ ya completamente blanco, y aunque de rasgos africanos, su piel no era muy oscura. Usaba un garrote alto para sostenerse al caminar, ya que diariamente acostumbraba hacer un recorrido largo por la población. Ella era viuda y según nos platicaba no había tenido hijos, por eso vivía completamente sola en este sitio (que después se utilizó como hospital de la Cruz Roja y que actualmente es, un salón de clases de la Escuela Primaria antes mencionada).
Desde muy temprano asistía tía Celsa a la primera misa, que en ese entonces el señor Cura Andrés Ocampo, encargado de la parroquia, celebraba a las seis de la mañana entre semana, y los domingos a las cinco, para dar cabida a la misa dominical de niños que era a las siete. Contaba la gente que esta mujer, siendo más joven, se dedicaba a vender panza (lo que en otros lugares llaman menudo) y decían que se iba muy temprano al arroyo del Chipilar o el Coronado, con una enorme batea donde llevaba la pancita para lavarla muy bien (la batea es una especie de tina amplia extendida, hecha de madera de algún árbol grueso, que antes se usaban mucho hasta para lavar ropa en ella=.

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