jueves, 8 de mayo de 2014

RECORDANDO MÁS Y MÁS

(Anecdotario)
Angelina Díaz Pamplona Vda. De Valverde
Mi papá solía reunirse con sus amistades todas las noches en la pequeña tineda que tenía frente al zócalo; ahí era visitado por el Doctor Fidel Guillén Zamora y sus primos hermanos, los Zamora-Gil (Aristeo, Cirilo, Felipe, Alfredo, Salvador y Gilberto ‘’El Chato’’) con quienes jugaba dominó o  ajedrez, en una mesita que colocaban afuera del mostrador y encima de la mesita de esa mesita siempre había una jarra llena de tíbico (bebida fermentada echa con panela hecha con agua, panela y unas bacterias parecidas a las de la leche búlgara y con sabor similar al tepache). El tibico era una bebida muy consumida en aquella época y sólo se preparaba en la botica La Salud, propiedad del doctor Guillén Zamora y en la tienda de mis padres.
Pues bien, en cuanto estos señores se reunían y se servían su vaso de tibico con piquete de aguardiente, concentraban toda su atención en la partida que se estuviera desarrollando y solamente a don Felipe Zamora no le interesaba mucho el ajedrez ni el dominó, porque él prefería narrar sus hazañas vividas con ‘’La Chaneca’’ y ‘’Los Duendes’’ y por eso, mis hermanos  menores y yo, conociendo lo divertido que él era platicando, le rodeábamos para escuchar sus anécdotas, como esta que enseguida les narro:
Decía don Felipe que él acostumbraba acarrear agua a la media noche y hacía varios viajes de la pila a su casa (hoy propiedad de los hermanos Díaz Noriega) y que una noche muy oscura, venía subiendo por el callejoncito de ‘’el resbalón’’ con las latas al hombro, un reflector en la mano y su inseparable pistola fajada en la cintura, y que al llegar al zócalo notó que no había ni un alma, pero de pronto escuchó ruidos como de alguien que se bañaba. Por un momento pensó que se trataba de ‘’ Tía Ramona la Loca’’ una pobre mujer afectada de sus facultades mentales que deambulaba por el pueblo, pero al observar con más detenimiento, pudo distinguir una larga y hermosa cabellera que caía provocativamente sobre un cuerpo voluptuoso; mientras que ‘’Tía Ramona la loca’’ era alta, flaca y tenía el cabello muy chino (cuculuxte pues), así que no podía ser ella. Luego de notar que la bella dama le llamaba con coquetos ademanes, él decidió acercarse y cuando estaba por llegar la mujer desapareció, causando causando el desconcierto del hombre, quien comenzó a buscarla y la halló al otró extremo del zócalo, riéndose a carcajadas pero llamándolo.
El narrador de esta macabra historia, nos decía con acento bien costeño ‘’Noo mano. Yo sentí que se me enchinó el cuero y dije, esto no es cosa buena…me voy a mi casa a contárselo a mi mujer y que agarro mis latas y que me pelo corriendo a mi casa’’.
La esposa de don Felipe Zamora era una buena mujer, consagrada a su familia y a su devoción católica; además de pertenecer a la Orden de San Francisco de Asís,, por loq eu vestía la túnica café y el escapulario característico de esa orden religiosa.



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