(Anecdotario)
Angelina
Díaz Pamplona Vda. De Valverde
Mi papá solía reunirse con sus amistades
todas las noches en la pequeña tineda que tenía frente al zócalo; ahí era
visitado por el Doctor Fidel Guillén Zamora y sus primos hermanos, los
Zamora-Gil (Aristeo, Cirilo, Felipe, Alfredo, Salvador y Gilberto ‘’El Chato’’)
con quienes jugaba dominó o ajedrez, en
una mesita que colocaban afuera del mostrador y encima de la mesita de esa
mesita siempre había una jarra llena de tíbico (bebida fermentada echa con
panela hecha con agua, panela y unas bacterias parecidas a las de la leche
búlgara y con sabor similar al tepache). El tibico era una bebida muy consumida
en aquella época y sólo se preparaba en la botica La Salud, propiedad del
doctor Guillén Zamora y en la tienda de mis padres.
Pues bien, en cuanto estos señores se
reunían y se servían su vaso de tibico con piquete de aguardiente, concentraban
toda su atención en la partida que se estuviera desarrollando y solamente a don
Felipe Zamora no le interesaba mucho el ajedrez ni el dominó, porque él
prefería narrar sus hazañas vividas con ‘’La Chaneca’’ y ‘’Los Duendes’’ y por
eso, mis hermanos menores y yo,
conociendo lo divertido que él era platicando, le rodeábamos para escuchar sus
anécdotas, como esta que enseguida les narro:
Decía don Felipe que él acostumbraba
acarrear agua a la media noche y hacía varios viajes de la pila a su casa (hoy
propiedad de los hermanos Díaz Noriega) y que una noche muy oscura, venía
subiendo por el callejoncito de ‘’el resbalón’’ con las latas al hombro, un
reflector en la mano y su inseparable pistola fajada en la cintura, y que al
llegar al zócalo notó que no había ni un alma, pero de pronto escuchó ruidos
como de alguien que se bañaba. Por un momento pensó que se trataba de ‘’ Tía
Ramona la Loca’’ una pobre mujer afectada de sus facultades mentales que
deambulaba por el pueblo, pero al observar con más detenimiento, pudo
distinguir una larga y hermosa cabellera que caía provocativamente sobre un
cuerpo voluptuoso; mientras que ‘’Tía Ramona la loca’’ era alta, flaca y tenía
el cabello muy chino (cuculuxte pues), así que no podía ser ella. Luego de
notar que la bella dama le llamaba con coquetos ademanes, él decidió acercarse
y cuando estaba por llegar la mujer desapareció, causando causando el
desconcierto del hombre, quien comenzó a buscarla y la halló al otró extremo
del zócalo, riéndose a carcajadas pero llamándolo.
El narrador de esta macabra historia, nos
decía con acento bien costeño ‘’Noo mano.
Yo sentí que se me enchinó el cuero y dije, esto no es cosa buena…me voy a mi
casa a contárselo a mi mujer y que agarro mis latas y que me pelo corriendo a
mi casa’’.
La esposa de don Felipe Zamora era una
buena mujer, consagrada a su familia y a su devoción católica; además de
pertenecer a la Orden de San Francisco de Asís,, por loq eu vestía la túnica
café y el escapulario característico de esa orden religiosa.
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