(Anecdotario)
Angelina Díaz Pamplona Vda. De Valverde (+)
El Barrio de la Cruz Grande, que se mezcla un poco con el Barrio de Cochoapa y el de la Guadalupe, se distingue de inmediato por la capilla que se encuentra ubicada en la parte alta, a la que se accede por medio de un graderío. Una cruz grande le da nombre al templo y al barrio; es una cruz de madera con base de mampostería y siempre tiene veladoras y flores que los fieles depositan y su festividad se celebra el 3 de mayo. Anteriormente, en esta fecha bailaban los 12 Pares de Francia y varias veces, se celebró La Conquista, en la explanada de la parte de atrás de la capilla.
La festividad mayor que yo conocí en ese lugar que data de por lo menos hace 40 años, es en honor del Santo Niño de Atocha, cuyo altar se hallaba a un lado de la virgen del Perpetuo Socorro.
La persona que más se encargó de propagar la fe en el Santo Niño de Atocha, era una señora que se llamaba Lorenza y cuyo apellido desgraciadamente no recuerdo, pero todos la conocíamos por ‘’Lenchón’’ , ya que era una mujer muy alta y de ahí vino el sobrenombre.
Después, una gran amiga mía, la inolvidable Elisa Noriega Vargas, que aunque era mucho menor de edad que yo, llegamos a consolidar una bonita amistad, misma que comenzó cuando ella dio a luz a su primer hijo, Raúl, siendo el padre de este sobrino mío y de sus otros tres hijos: Socorrito, Martha y Toñita, mi primo Luis Díaz Guillén. Mi querida amiga Licha y mi primo Luis, sostuvieron una relación amorosa muy intensa y por razones que solamente ellos conocieron, no llegaron a concretar en matrimonio, pero se perfectamente que para ella no existió ni en su corazón ni en su vida, otro hombre, pues se dedicó por entero a sus hijos, y se esforzó al máximo para sacarlos adelante.
Yo me acerqué a ella desde el momento en que me enteré que había traído al mundo a un niño que era mi sobrino, y a partir de ese momento, comenzó nuestra gran amistad. Sonrío al recordar los momentos tan agradables que me hizo pasar cuando yo todavía vivía allá en el terruño, aunque cuando ya me vine con mi familia a vivir al Puerto, íbamos seguido a Ometepec con mi esposo, y ella nunca permitió que llegarámos a otro lugar que no fuera su casa. De este modo, compartimos penas y alegrías, pero sobre todo tuve la alergia de disfrutar de su ingenio y sus ocurrencias que eran interminables y que más adelante narraré con el respeto y el cariño que su recuerdo me merece. He tenido que mencionar todo esto para llegar al asunto del Niño de Atocha.
Mi querida amiga Licha Noriega también era fiel devota de él. El día 13 de enero, el Santo Niño de Atocha es –como ya mencioné- festejado en grande en la capilla de la Santa Cruz. Muchas personas que radican fuera, acuden ese día para escuchar la misa. El rosario y desde luego, para llevar algunas reliquias. A la salida de la misa se disfruta de una divertida kermess en el atrio, en la que se expenden diferentes guisados de la comida costeña, así como también torrejas, arroz con leche, chilate y macán.
En octubre, en esta capilla también se festeja a la virgen del Rosario, en cuyo honor salen a bailar por las calles la ‘’Danza del Tigre y los Tlaminques’’, El traje del tigre es color amarillo con motas café, una larga cola y una impresionante máscara de madera. Otro de los personajes de esta danza es el ‘’Perrito’’, que caracteriza un niño y su traje es el más sencillo de tela de percal, en color café, que en mi tierra llaman ‘’cuyuche’’; mientras que Los Tlaminques, usan camisa de cuadros, paliacates, pantalón, sombrero adornado con muchos listones y espejos.
Hay una anécdota de una familia numerosa, y todos sus hijos (siete) querían salir de Tlaminques y mientras la mamá se cansaba de explicarles que por escases económica, no era posible comprarles a todos el traje correspondiente para que se vistieran de Tlaminques, los chamaquitos lloraban amargamente y ante la rotunda negativa de la madre, el niño más pequeño le dijo ‘’Máma. Máma, déjame salir aunque sea de cuyuche’’, tal era su deseo de participar en la danza, que se conformaba con salir aunque fuera en el papel más modesto el del ‘’perrito’’.
Un aúreo grano de la espiga literaria de mi Tía Angelina. La placentera forma de contar la historia del pasado reciente.
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