(Anecdotario)
Angelina
Díaz Pamplona Vda. De Valverde (+)
En los años treinta, el hombre que
personificaba al Terrón de manera muy original, era José González. Este señor
que vivía exactamente detrás de la Escuela Real (donde hoy se encuentra la
Escuela de Enfermería) por lo regular trabajaba como cobrador en el mercado
municipal y también se dedicaba a sobar y arreglar huesos, pero cuando se
acercaba la fecha de la salida del toro de petate, dejaba todo para dedicarse a
lo que durante años había sido su verdadera pasión: vender el toro diciendo
frases simpáticas que causaban mucha gracia y así iba casa por casa y de tienda
en tienda, vendiendo al toro y llegaban a juntar su buen dinerito, que se
repartían entre todos los participantes de esta danza; aunque también juntaban
varias botellas de licor.
Como a eso de las once de la mañana, se
comenzaba a escuchar la música y los cohetes, anunciando que el toro, el
terrón, las mojigangas, y todos los personajes que participan en esta danza, ya
venían saliendo del Barrio de San Nicolás, el toro bailando, reboleando las
cadenas de papel de china de colores vivos que son parte de su adorno,
escapándoseles de vez en cuando,. Aquí es donde los vaqueros –estrenando
camisas de colores llamativos, con paliacate al hombro. Chaparreras y
huaraches- se lucen al tratar de evitar
que el ‘’animal’’ se escape.
Los vaqueros además, montaban sus mejores
caballos y las garrochas que utilizan recién barnizadas, mecían sus listones de
colores al aire, al compás de la música. Ese día, el pueblo entero se
volcaba tras del toro de petate,
recorriendo las calles.
Contaban que muchas familias, en especial
las de ese barrio, con anticipación preparaban sus alimentos para que en ese
día no tuvieran pendiente de hacerlo, pues toda esa danza terminaba hasta que
‘’mataban’’ al toro y lloraba el terrón, repartiendo las diferentes partes del
toro de petate, mientras decían con un sonsonete característico: ‘’La cabeza pá doña Teresa, la panza pá doña
Pancha, la cola pá tía Bartolo, el cuerno pá tío Guillermo’’ y así seguía rimando cada parte con los
nombres de los supuestos destinatarios, hasta que la noche llegaba y así
terminaba la puesta en escena que se repetiría al año siguiente.
EL Barrio de Cochoapa, limita con el Barrio
de San Nicolás y es famoso, entre otras cosas, por su banda de música de viento
que toca alegremente. Este barrio se llama así, porque por ese lugar está la
salida a la comunidad de Cochoapa y su cercanía con el mismo. Las mujeres del
Barrio de Cochoapa son comerciantes en su mayoría ¡y vaya que sí saben de
esto!. La que no vende picante, vende
maíz, frijol, sal o cualquier otro producto de la región, y son el verdad,
pilares fuertes en el sostenimiento de sus hogares. Los hombres del Barrio de
Cochoapa se dedican al campo, a su siembra y ellas como hormiguitas, desde muy
temprana hora, preparan de comer a sus pequeños hijos, para que se queden en
casa mientras ellas se dedican a la venta.
Era común verlas desfilar cargando sobre la
cabeza pesados bultos de chile o maíz, según lo que llevaran a vender, pues de
este modo trasladaban la mercancía hasta la plaza.
En medio de la Calle Altamirano, frente a
la Casa Díaz, se colocaban a diario ocupando todo el tramo hasta llegar a la
botica La Salud, que entonces se conocía como ‘’La botica de la señorita
Jovita’’. Entre las vendedoras más populares(‘’las chileras’’ les decíamos
aunque vendieran otros productos) recuerdo a Eustolia Anica, Delfina Ambrosio,
Rafaela Domínguez, Gloria Gómez.
Ellas formaban parte importante del
colorido de la plaza de mi patria chica, sin ese cuadro la plaza de Ometepec no
hubiera tenido la alegría que le caracterizaba a diario, con sus dichos, y esa
singular alegría que nos caracteriza a los costeños. ‘’Las chileras’’ se
sentaban en una silla pequeña o en el cajoncito donde medían la media maquila y
con el rebozo se cubrían las piernas para no enseñar más de la cuenta. Mientras
que en el suelo, sobre pedazos de petate, costales o simplemente periódico, ponían el chile
cochoapeño, el frijol o maíz. Para distraerse mientras pasaban las horas, estas
mujeres se espulgaban la cabeza unas a otras, y cuando llegaban a encontrar un
piojo, sin ningún rubor se lo metían a la boca para matarlo con los dientes.
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