martes, 27 de mayo de 2014

RECORDANDO MÁS Y MÁS

(Anecdotario)

Angelina Díaz Pamplona Vda. De Valverde (+)

En los años treinta, el hombre que personificaba al Terrón de manera muy original, era José González. Este señor que vivía exactamente detrás de la Escuela Real (donde hoy se encuentra la Escuela de Enfermería) por lo regular trabajaba como cobrador en el mercado municipal y también se dedicaba a sobar y arreglar huesos, pero cuando se acercaba la fecha de la salida del toro de petate, dejaba todo para dedicarse a lo que durante años había sido su verdadera pasión: vender el toro diciendo frases simpáticas que causaban mucha gracia y así iba casa por casa y de tienda en tienda, vendiendo al toro y llegaban a juntar su buen dinerito, que se repartían entre todos los participantes de esta danza; aunque también juntaban varias botellas de licor.
Como a eso de las once de la mañana, se comenzaba a escuchar la música y los cohetes, anunciando que el toro, el terrón, las mojigangas, y todos los personajes que participan en esta danza, ya venían saliendo del Barrio de San Nicolás, el toro bailando, reboleando las cadenas de papel de china de colores vivos que son parte de su adorno, escapándoseles de vez en cuando,. Aquí es donde los vaqueros –estrenando camisas de colores llamativos, con paliacate al hombro. Chaparreras y huaraches-  se lucen al tratar de evitar que el ‘’animal’’ se escape.
Los vaqueros además, montaban sus mejores caballos y las garrochas que utilizan recién barnizadas, mecían sus listones de colores al aire, al compás de la música. Ese día, el pueblo entero se volcaba  tras del toro de petate, recorriendo las calles.
Contaban que muchas familias, en especial las de ese barrio, con anticipación preparaban sus alimentos para que en ese día no tuvieran pendiente de hacerlo, pues toda esa danza terminaba hasta que ‘’mataban’’ al toro y lloraba el terrón, repartiendo las diferentes partes del toro de petate, mientras decían con un sonsonete característico: ‘’La cabeza pá doña Teresa, la panza pá doña Pancha, la cola pá tía Bartolo, el cuerno pá tío Guillermo’’  y así seguía rimando cada parte con los nombres de los supuestos destinatarios, hasta que la noche llegaba y así terminaba la puesta en escena que se repetiría al año siguiente.
EL Barrio de Cochoapa, limita con el Barrio de San Nicolás y es famoso, entre otras cosas, por su banda de música de viento que toca alegremente. Este barrio se llama así, porque por ese lugar está la salida a la comunidad de Cochoapa y su cercanía con el mismo. Las mujeres del Barrio de Cochoapa son comerciantes en su mayoría ¡y vaya que sí saben de esto!.  La que no vende picante, vende maíz, frijol, sal o cualquier otro producto de la región, y son el verdad, pilares fuertes en el sostenimiento de sus hogares. Los hombres del Barrio de Cochoapa se dedican al campo, a su siembra y ellas como hormiguitas, desde muy temprana hora, preparan de comer a sus pequeños hijos, para que se queden en casa mientras ellas se dedican a la venta.
Era común verlas desfilar cargando sobre la cabeza pesados bultos de chile o maíz, según lo que llevaran a vender, pues de este modo trasladaban la mercancía hasta la plaza.
En medio de la Calle Altamirano, frente a la Casa Díaz, se colocaban a diario ocupando todo el tramo hasta llegar a la botica La Salud, que entonces se conocía como ‘’La botica de la señorita Jovita’’. Entre las vendedoras más populares(‘’las chileras’’ les decíamos aunque vendieran otros productos) recuerdo a Eustolia Anica, Delfina Ambrosio, Rafaela Domínguez, Gloria Gómez.
Ellas formaban parte importante del colorido de la plaza de mi patria chica, sin ese cuadro la plaza de Ometepec no hubiera tenido la alegría que le caracterizaba a diario, con sus dichos, y esa singular alegría que nos caracteriza a los costeños. ‘’Las chileras’’ se sentaban en una silla pequeña o en el cajoncito donde medían la media maquila y con el rebozo se cubrían las piernas para no enseñar más de la cuenta. Mientras que en el suelo, sobre pedazos de petate, costales  o simplemente periódico, ponían el chile cochoapeño, el frijol o maíz. Para distraerse mientras pasaban las horas, estas mujeres se espulgaban la cabeza unas a otras, y cuando llegaban a encontrar un piojo, sin ningún rubor se lo metían a la boca para matarlo con los dientes.



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