(Anecdotario)
Angelina Díaz Pamplona Vda. De Valverde (+)
El jabón de paila era preparado con cebo de res, ceniza, y un poco de sosa cáustica, que era lo que ocasionaba que la ropa se limpiara. El olor que el jabón despedía al usarlo era grato, pero después de las lavadas, las prendas de vestir no guardaban un buen aroma, sino que, más bien dominaba el olor del cebo. Pero qué más se podía hacer, todos estábamos acostumbrados a él y el problema se aminoraba rociando algo de colonia en la ropa, para quitarle ese olorcito. Como la ceniza era un material indispensable en la elaboración de los jabones de paila, era común ver por las calles del centro a las personas que se dedicaban a esta pequeña industria, salir por las tardes con uno o dos burros que jalaban unos canastos hechos con bejuco en forma de cubo, forrados con hojas de platanar, para recolectar la ceniza. Como anteriormente en mi pueblo se cocinaba todo con leña, era fácil reunir en poco tiempo buenas cantidades de ceniza. La cual algunas personas vendían y otras la regalaban, pues así se deshacían de la ceniza que se les acumulaba en la cocina. Las personas que más recuerdo en la elaboración del jabón de paila, eran entre otras, el señor Agustín Zamora, Alfredo Arango (‘’El Monarca’’ de la danza de La Conquista), doña Eustolia Vázquez, Pancho Sánchez, y como ya dije, estas personas salían personalmente a buscar la ceniza para llevarlas hasta la paila en donde se fundirían el cebo, la sosa y la ceniza, que era la que le daba el color claro que el jabón tenía. Un procedimiento completamente rústico, pero que daba resultados positivos. Cuando esta mezcla se hallaba lista, la vaciaban en maquetas de madera y se dejaba endurecer para proceder a cortar, marcando primero el tamaño del jabón que siempre fue pequeño (no medía más de 7 centímetros de largo por 5 de ancho y unos cuatro de espesor, aproximadamente). Había también mujeres que les llamábamos ‘’Las Jaboneras’’, porque se dedicaban a vender este jabón y el lugar que tenían para ello era a las afueras de la ‘’Casa Díaz’’, sobre la banqueta, donde ponían sus mesas y apilaban los ‘’panecitos’’ de jabón, (como era costumbre llamarles) en morros de un peso, o dos, según como desearan venderlo.
Esre recuerdo me trae a la memoria una anécdota ocurrida hace casi sesenta años, originada por la costumbre que teníamos en mi tierra de pedir: ‘’Véndame un pan de jabón’’ cosa que nosotros los lugareños entendíamos perfectamente; sin embargo, como también había negocios establecidos por los arribeños (forasteros) y muchos de ellos desconocían el argot local, así que resulta que una simpática negrita pidió un pan de jabón en una tienda y muy molesto el dueño le contestó: ‘’Mira muchacha tonta, si en tu pueblo comen panes de jabón ¡aquí no!...los panes que aquí se venden son de harina y vete mejor de aquí’’. Como es de suponerse, la ingenua muchacha se indignó y replicó de inmediato: ‘’Mire don ujté, no se enoje, el pan de jabón que quiero ej pa’ lavá, no pa’comé, si ni loj perroj comen el jabón, menoj yo’’.
Pues bien, el jabón de paila tenía gran demanda en los alrededores de Ometepec, de manera que el negocio era redituable para quienes lo fabricaban.
Por esos años comenzaron a traer del puerto de Acapulco, un jabón que era elaborado con la copra del cocotero y de igual manera que el de paila, olía muy bien cuando se estaba lavando, pero después quedaba la ropa con un olorcito a rancio. Ese jabón era azul, con manchitas blancas, su presentación era un poco mejor que la del de paila y lo conocíamos como el ‘’jabón azul’’.
Después, al paso de los años, en Ometepec ya era posible adquirir otro tipo de jabones, preparados con mejor procedimiento.
Poco a poco las pailas fueron desapareciendo y sólo quedó el recuerdo de ellas y de la gente que acarreaba la ceniza, pero además, nos quedó una expresión muy usual en Ometepec, cuando queremos demostrar que algo ya no sirve, aún si se tratara de una persona:
-¿Eso?...¡pa’la paila!.
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