jueves, 22 de mayo de 2014

RECORDANDO MÁS Y MÁS

(Anecdotario)

Angelina Díaz Pamplona Vda. De Valverde (+)

Las congojas de tía Celsa aumentaban conforme más se acercaba el día de ‘’La Magalena’’ , porque como bien sabía que no obedecerían al Padre suspendiendo la música y ‘’el juandango’’ , y estando cerca del Curato donde él vivía, no habría manera de evitar que escuchara toda la boruca. La amenaza era que, de persistir con lo del ‘’juandango’’ no les celebrarían la misa que nuestras paisanas esperaban con todo el alboroto del mundo, pero al final de cuentas, ellas se encomendaban a todos los santos del cielo y, en especial, a su santa patrona y lograban que el Padre accediera.
Era vistoso, pintoresco y muy simpático, ver la entrada de estas mujeres al templo, fieles devotas de María Magdalena. Todas bien emperifolladas y con el pelo, que todas ellas tenían de ‘’horcacuco’’ (o sea, sumamente rizado) bien aplastado con vaselina sólida perfumada, de la que se preparaba en la vieja botica de la señorita Jovita Guillén, y que vendían hasta por cinco centavos; los pasadores con adornos de palomitas, se los colocaban uno tras otro sobre el pelo, para lograr que se mantuviera bien el peinado. Los labios de todas ellas lucían pintados de rojo, pero lo más vistoso eran sus vestidos, los cuales estaban confeccionados en una gran variedad de colores de la tela más llamativa que se podía conseguir en mi pueblo en ese entonces y que era el famoso y brillante ‘’Charmess’’. Los colores que preferían para esa ocasión eran el verde bandera, azul rey, morado obispo, rojo sangre y solferino. Desde kyego estos vestidos iban adornados con amplias blondas de encaje, que los hacían más llamativos aún.
La Mayordoma entraba encabezando al grupo, llevando el estandarte de la imagen de la Magdalena y seguía fielmente las instrucciones de tía Celsa-. Tras de ella seguían todas las demás ‘’Magalenas’’, formadas una tras otra, desfilando por el pasillo central del templo hasta llegar al altar, muy cerca de donde se hallaba la imagen de María Magdalena, y ahí escuchaban la santa misa con todo el fervor que la tía Celsa les había inculcado.
Tengo muy presente también que en uno de esos años el señor Cura se negaba a que se siguiera una vieja tradición en nuestro pueblo; me estoy refiriendo a la de celebrar la novena del señor Santiago a la una de la mañana, para la cual, las campanadas empezaban a repiquetear a las doce y media de la noche. Lógico era que el pueblo entero protestara, pues se trataba de desaparecer algo que se había acostumbrado por muchos años. Contaba pues la viejita Celsa, que en una de esas noches, ya como a las doce y media, el Padre dormía plácidamente ahí en el Curato, cuando despertó por el fuerte sonido de las campanadas.
Lo primero que hizo el sacerdote al escucharlas, fue incorporarse de inmediato y su único deseo era vestirse para ir a la torre y reprender a quien había desobedecido sus órdenes, burlando la vigilancia del sacristán, que era el único que guardaba las llaves del campanario; fue muy grande la sorpresa que se llevó, cuando al querer entrar a la torre, encontró la puerta perfectamente
cerrada y en este preciso momento las campanas dejaron de sonar, lo que desconcertó grandemente al Padre y según tía Celsa, el sacristán comento que el Cura no sólo se había sorprendido, sino que, más bien, se había asustado por lo que entonces el propio sacristán le hizo saber al sacerdote que ese repique de campanas no lo había mandado a hacer más que le mismísimo señor Santiago, quien con eso le estaba advirtiendo, cuanto disgusto le había ocasionado su proceder al querer desaparecer esta tradición. Cierto o no, lo que tía Celsa contaba, pero el caso es que la novena de nuestro patrono continuó como siempre se había acostumbrado y eso sigue hasta la fecha, según ella, gracias al aviso que Santiago Apóstol le dio al señor Cura.
(Continuará)

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