sábado, 24 de mayo de 2014
DON PEPE: UN CRONISTA SINGULAR
Jaime Ignacio
En el lapso comprendido entre 1941 y l968, particularmente, la historia de Ometepec tuvo un singular cronista; quien registró las facetas física y humana de nuestra ciudad con un medio insólito entonces: la fotografía.
Hoy en día su acerbo de negativos e impresiones directas es invaluable. Sus imágenes son documentos históricos por su testimonio visual y sin duda tienen valor estético por la calidad técnica e intensión del autor.
José Rivera Ortiz es el fotógrafo. Detrás del objetivo de una réflex de 35 milímetros, su entrenada mirada capturó las imágenes cotidianas de un pueblo en composiciones de radiante luz o, cubierto a ratos bajo una tela negra, movía el fuelle de una grande y pesada “graffie graflex” para impresionar con nitidez, las placas de vidrio bañadas de nitrato de plata en su “Foto Estudio Rivera” ubicado en la Calle Cuauhtémoc; donde además revelaba e imprimía. Por cierto, antes de la foto a color, su esposa doña Socorro López Salinas lo ayudaba a colorear los negativos e impresiones en blanco y negro o viradas al sepia, su pátina favorita.
“Don Pepe” como lo llamábamos familiarmente, fue un fotógrafo comercial, pero ésta veta de su trabajo no riñe con su obra más personal: ambas están hechas con la misma pasión e idéntico rigor técnico.
Sus fotos revelan a un fotógrafo activo: buscaba el encuadre, se movía atisbando perspectivas inéditas. Tenía cierta astucia que podríamos calificar de periodística. Alguna vez, por ejemplo, se hizo atar al fuselaje de una avioneta para conseguir las invaluables postales aéreas del Ometepec de entonces.
Imprescindibles para la iconografía de nuestra ciudad son las tomas de la arquitectura original. Un icono (por citar solo un ejemplo) es la imagen del Palacio Municipal que fue demolido víctima de la “modernidad” y solo nos queda para la memoria colectiva su testimonio.
Sin pretenderlo, tal vez, hace crónicas visuales. Su ojo avizor registra los eventos sociales. Hace un registro de las Fiestas Patrias durante años y también las estudiadas fotografías de las Reinas y Américas que las Juntas Patrióticas en turno, vendían para recaudar fondos.
Abundan en su colección los retratos individuales y colectivos. Registró con su cámara bodas y funerales; niños sonrientes y altares con sus cadáveres; notables de traje o personas humildes, además de aquellas fotos necesarias para diplomas o credenciales. Aquellos momentos ahora son fragmentos vivos de nuestro pasado.
Su archivo, afirmo, es para nosotros, el equivalente del “Archivo Salmerón” para Chilpancingo. Digo de paso, que don Pepe colaboró un breve lapso con aquel célebre estudio. Su importancia –para mí- es incuestionable.
Y ahora, felizmente, una colección de su obra está al alcance de nuestros ojos. María de Lourdes Rivera López, una de sus hijas, editó “Ometepec, historia en imágenes”, en cuyas 144 páginas nos entrega un alucinante viaje a nuestro pasado que sin duda desafiará la imaginación de los jóvenes. ¿Aviación, monumentos, un incendio en pleno centro de la ciudad? Yo, lo celebro.
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